lunes, 17 de mayo de 2010

En el medio

El problema de la vida mediatizada es que ni Brad Pitt se parece a Brad Pitt.
Me levanto y cuando me miro al espejo me quiero matar porque no soy la de los 20 ¿Cómo hace Jennifer Aniston para estar tan divina con 40? Ya sé, yo sólo la veo en películas o en fotos de revistas. Ya sé, que no es sólo la gimnasia, las cirugías y las cremas carísimas, ya sé que también están las luces, el enfoque al mejor perfil y el photoshop. Ya sé pero no sé.
De alguna manera, el contrato tácito que hacemos todos los días con los medios de comunicación que nos acompañan nos deja claro que casi todo es mentira y sin embargo nuestra parte es creer. Y creemos aunque sabemos que es un engaño.
Es rara esta disociación entre el creer y el saber, ¿no?
Por otra parte, los ciudadanos del mundo vivimos la encrucijada planteada entre los Estados (algunos) y los monopolios informativos. En Argentina, por ejemplo, están claros los discursos, para el gobierno está todo bien y para los monopolios está todo mal. Cada uno defiende su interés de conservar el espacio de poder que hoy ostenta. La cuestión es que, en el medio, a cada uno de nosotros nos cuesta pensar. Tal es la invasión informativa (o desinformativa en muchos casos) que uno se aturde. Además están las expectativas, acostumbrados a las películas de horror con un Freddy Krueger totamente malo o a las de Palito Ortega, donde el mundo es de color rosa como la sonrisa de mamá. Todo tiene que estar en valores absolutos: como Jennifer, hermosa por donde se la mire, sin un ápice de imperfección.
Con este atributo de la sociedad es con el cual opera la oposición. Se detiene en las arruguitas, en el cabello despeinado, en el mal aliento matinal de las políticas sociales implementadas para descalificarlas y la gente mediatizada acepta que está mal. Al fin y al cabo todo tiene que ser maravilloso, sin medias tintas.
Lo que es yo termino por resignarme y acepto que el veranito también viene con días insoportables, el hombre al que amo tiene tardes en que prefiere al fútbol antes que a mí y que yo misma soy mejor que antes, aún con patas de gallo y alguna que otra cana que no hay tintura que tape.

lunes, 10 de mayo de 2010

Milico

Últimamente el reconocimiento de la importancia de la utilización de las palabras está en boga. "Dictadura", "nazismo", "miedo" tan en boca de periodistas y políticos de la oposición son cuestionadas por periodistas y políticos oficialistas, y no es para menos ya que los tres términos revisten valores absolutos, no hay segundas lecturas posibles (especialmente en los casos de "dictadura" y "nazismo") y desde ya su aplicación, más allá de demostrar la disconformidad de algunos con el actual gobierno, pone de manifiesto la búsqueda de los opositores de instalar el terror a través no sólo de la exageración si no directamente de la mentira.
Por lo general, las palabras de acuerdo a su contexto tienen diferentes significados, sin embargo hay palabras de tal peso que encierran el contexto en sí mismas. Lo mismo que con los ejemplos anteriores sucede con el término "milico".
Hoy, venía en el colectivo y un hombre me dijo de muy mala manera que no le apoyara mi bolso (él iba sentado). En primer lugar yo estaba parada a una distancia prudencial del asiento, en segundo, el señor, corpulento él, desbordaba de su lugar, y en tercero, si me lo hubiese pedido amablemente es seguro que yo me hubiera corrido y hasta le pidiese disculpas; como no fue el caso le contesté en buenos términos y no me moví lo que alteró un poco más al ya alterado señor. La cosa no pasó a mayores y se dio por terminada cuando dije algo así como "Milicos, se los huele a 15 cuadras".
La anécdota es que, después de un rato, el tipo se dio vuelta (yo ya me había sentado) y me pidió disculpas por haberse calentado. Con las disculpas aceptadas continuó: "... Y no soy milico, soy analista de sistemas".
Sin dudas, "milico" es un término peyorativo tanto para quienes lo son, como para los que están en las antípodas. Otra palabra que no necesita adjetivos porque se explica a sí misma.